Massimo Gualtieri
Vicepresidente creativo de 35 mm Publicidad
Vicepresidente creativo de 35 mm Publicidad
Desde el punto de vista de un televidente adolescente de la época, Renny Ottolina, en el mundo de la TV y la publicidad, era un tipo chévere, divertido, ocurrente, y capaz de convertir el simple anuncio de una bebida achocolatada o de una pasta de dientes, en un show en sí mismo. Pero lo que verdaderamente impactó de él fue ver a ese otro Renny preocupado por mejorar su entorno social. él era la figura más visible de un grupo de empresarios afiliados al Dividendo Voluntario para la Comunidad y de otras tantas iniciativas en pro de lo social. Moraleja libre: por supuesto que cuando un empresario es percibido como ciudadano preocupado por su país, logra una altísima estima, es visto con los ojos del respeto, de la admiración y de la magnanimidad.
Este ejemplo podría servir de respuesta a la pregunta planteada hoy en estricto tecnicismo publicitario: ¿La responsabilidad social empresarial es estratégicamente positiva para la imagen de un empresario o de una empresa? La respuesta es un rotundo sí. En todo caso, responsabilidad social no es tanto y sólo una cuestión de imagen, sino, en términos básicos, compartir las ganancias en proyectos permanentes que verdaderamente mejoren al ser humano y al mundo. Esto marca una clara evolución de la filantropía o el mecenazgo esporádico a la responsabilidad social como política permanente.
El ejemplo de Renny y el de otros muchos empresarios demuestra que, afortunadamente, es una práctica añeja que los empresarios prefieran hacer con su dinero lo que creen que tengan que hacer para mejorar su entorno social. O dicho de otro modo, tomarse en sus manos el trabajo que no es capaz de hacer una política pública del Estado y eliminar la intermediación ineficiente y corrupta de la burocracia pública para apoyar directamente a instituciones que den resultados sociales comprobables y cristalinos.
En pocas palabras, es mejor que los impuestos vayan a parar directamente a instituciones que se dedican a producir bien social con excelentes resultados, como es el caso del admirable jardín-sistema, en los que floreció Dudamel, y no que el tesoro público sea regalado de manera inconsulta.
En ese sentido, en el mundo publicitario, el término responsabilidad-social-empresarial, así, indivisible, funciona desde hace un tiempo para acá como una especie de sello de calidad Norven que, a la manera de Ottolina, grita orgullosamente a los cuatro vientos ¡soy un ciudadano responsable! Hay quien se inclina por una contribución más discreta o menos gritada. Pero creo que en materia de ejercer responsabilidades sociales es mejor no heredar la maña de la humildad y otras pacaterías de ideologías, de religiones y morales. Al contrario, en el caso de la responsabilidad social y ciudadana, es mejor gritar, cantar y fomentar el orgullo de ser un ciudadano responsable.
Ese es el espíritu que alentó a la civilización griega, a la revolución francesa o más recientemente a la revolución de terciopelo, donde Vaclav Havel pregonaba la responsabilidad como destino. Un espíritu entusiasta y feliz por la idea de alcanzar mayores niveles de civilidad. Un espíritu que se inclina más por el enaltecimiento y reconocimiento de quien lo hace bien. Una pedagogía y una cultura de aupar sin egoísmos a quien trabaja por su comunidad.La responsabilidad social empresarial, tal como se entiende hoy en el mundo empresarial y de la publicidad, es una cualidad digna de aplauso. Pero también es una muestra del síndrome que ocurre en la política: a falta de políticas públicas que logren el bienestar permanente de todos, surgen esfuerzos aislados de empresarios para promover instituciones sociales confiables.
Si este es el síndrome, ¿qué será entonces lo ideal? Lo ideal sería que el realero petrolero se invirtiese en ética. Lo ideal sería que un Estado desideologizado, eficiente y ético asuma plenamente su responsabilidad social de poner la democracia al servicio del bienestar permanente de todos y hacer que todos esos esfuerzos aislados de empresarios y ciudadanos empujen el carro hacia ese mismo lado de civilidad y bienestar sustentable en el tiempo.
¿Mucho pedir? ¿Idealismo romántico? No: es el único camino a ser seguido, y es perfectamente realizable, como lo demuestra el modelo noruego, que en los años setenta descubrió petróleo, invirtió en ética y logró que hoy ese país haya asegurado el bienestar integral de las generaciones venideras, como si estuviera parafraseando con los hechos aquella máxima según la cual "la tierra no es una herencia que nos dejaron nuestros padres, sino un préstamo que nos hacen nuestros hijos". Es una visión de futuro totalmente contrapuesta a la visión equivocada de la política actual de invertir recursos para verificar, por ejemplo, de qué murió Bolívar.
Cuando en Venezuela desaparezca todo este lenguaje político seudo heroico y todo este tono discursivo mercurial, y sea sustituido por ideas políticas, políticas públicas y por ciudadanos que se tomen la responsabilidad de ejercerlas cristalinamente, entonces la responsabilidad social será ejecutada por los funcionarios públicos de turno que trabajarán en el tiempo ese acuerdo de democracia-al-servicio-del-bienestar- permanente-de-todos, y se logrará asumir como una forma de vida, y la responsabilidad, no como iniciativa aislada y fuera de una pensada y planificada política pública de largo aliento, sino de una, en mayúsculas, Responsabilidad Como Destino.
Así, los Rennys y todos aquellos empresarios y ciudadanos de buena voluntad que han seguido su ejemplo cultivando una especie de Ottolinismo como sinónimo de ciudadano proactivo, podrían confiar sus impuestos a un Estado cristalino y eficiente que, a la manera noruega, usa todas las riquezas del petróleo para asegurar el bienestar de los que vienen, pero que, simultáneamente, fomenta la creatividad, la industria y la empresa privada, para que los empresarios se hagan legítimamente ricos, pero que también enriquezcan al país financiando con sus impuestos la caja chica del gasto público presente.
Tengo la firme convicción de que los mejores días de Venezuela están por venir. Que una de las grandes cosas que hemos aprendido en los últimos años es cómo-no-deben hacerse las cosas y también hemos aprendido que, si bien el gran responsable es el gobernante de turno (que al fin y al cabo no es más que un funcionario público que debe rendir cuentas), el gran responsable es quien en voz activa lo eligió y lo apoya, y quien con una actitud pasiva ejerció la obsecuencia y la apatía.
La responsabilidad no es delegable. La responsabilidad es una herramienta poderosa. La responsabilidad es un destino. Y para ello el simple ciudadano es poco menos que una institución en sí mismo, capaz de determinar su destino, ejerciendo con responsabilidad su voto, ya sea como un simple ciudadano, ya sea como un exitoso empresario.
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