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sábado, 20 de octubre de 2012

Stephen Covey. El hombre que nos enseñó a ser eficaces y cómo lo logró


Stephen Covey. El hombre que nos enseñó a ser eficaces y cómo lo logró

Autor: Carlos Ruiz 
Edición:
Sección: Alta DirecciónGalería principalPortada Web
Entre sus asesorados se incluyen innumerables empresas de las más grandes del mundo, un sinnúmero de escuelas, entidades de gobierno y más de 36 cabezas de Estado. Mientras otros autores investigaban sobre cómo desarrollar mejores organizaciones, Covey se desmarcó al afirmar que el carácter personal, los propósitos firmes y la autodisciplina son los que realmente hacen la diferencia.
El 16 de julio de este año falleció Stephen R. (Richards) Covey (1932-2012), profesor y conocido autor de libros de negocios. Sin duda, su libro más famoso es Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva,1 un auténtico bestseller del mundo de los negocios, aunque hay que mencionar que Covey lo escribió pensando en mejorar la vida, no sólo de ejecutivos y directores, sino de todas las personas que lo leyeran.
Covey nació el 24 de octubre de 1932 (falleció a los 79 años) en Salt Lake City, en el estado norteamericano de Utah. Estudió Administración de Empresas en la Universidad de Utah, obtuvo un MBA de la Harvard Business School y un doctorado en Historia y Doctrina de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de la Universidad Brigham Young, en donde hizo carrera como profesor, en la escuela de negocios. Además, recibió el grado de doctor Honoris Causa por 11 universidades.
Falleció en el Centro Médico Regional, en Boise, Idaho debido a complicaciones tras haber sufrido un accidente en bicicleta, en abril de 2012; se lastimó la cabeza, se rompió varias costillas y un pulmón colapsó parcialmente, nunca se recuperó del todo.
Covey era devoto practicante de la religión mormona y de joven participó en misiones en Inglaterra e Irlanda. A lo largo de su vida, casi todas las mañanas se levantaba temprano, buscaba un lugar donde pudiera estar solo, y meditaba, leía las escrituras y hacía oración, era lo que él llamaba su victoria privada diaria y la identificaba como guía, fuente de seguridad, sabiduría y poder. Decía a sus hijos: Si pasan diariamente 20 minutos con el Salvador en privado, pasarán la eternidad en su presencia. Le sobrevive su esposa Sandra, con quien estuvo casado 55 años y con quien procreó una familia extensa: 9 hijos, 52 nietos y 6 bisnietos.

LA HISTORIA DE LOS 7 HÁBITOS
Al iniciar su doctorado, en 1969, Covey enfocó su tesis en la literatura estadounidense, relacionada con el éxito personal, desde 1776, hasta la fecha en que la escribió. Esta investigación produjo un documento que fue el «caldo de cultivo» de donde más tarde saldría el libro de los 7 hábitos.
Stephen Covey afirmó al comentar acerca de su famoso libro, que la idea de los 7 hábitos le llegó a raíz de haber conocido los libros de un gran gurú del management: Peter Drucker, quien afirmaba que la eficacia es un hábito.2
Para la creación de su texto, Covey siempre habló de diversas «fuentes», incluyendo a las principales religiones, a la Filosofía y a la Psicología clásicas; algunos críticos afirman que sus creencias mormonas tuvieron fuerte influencia en toda su obra.
El doctor Carlos Llano comentó acerca de este libro: «A lo largo de su obra, se detectan en Covey diversos hábitos requeridos por la eficacia de la acción, los cuales, (…) coinciden curiosamente con virtudes humanas puestas en relieve tanto en la antropología griega como en la ética del cristianismo: la integridad, humildad, fidelidad, temperamento (sic), valor y justicia, como atributos que son la esencia misma de la vida del hombre».3
Este libro de Covey tuvo un éxito enorme, vendió más de 30 millones de ejemplares, se tradujo a 40 idiomas y dio lugar a numerosos cursos, videos y seminarios. (Otros tres libros suyos rebasaron la cifra de un millón de ejemplares vendidos).
Durante la administración del presidente Clinton, en una reunión familiar en casa de Covey, varios de los asistentes criticaron las políticas del entonces Presidente y le preguntaron a Covey qué pensaba (buscando sin duda que criticara a Clinton), él prefirió no hacerlo: no quisiera criticarlo porqué quizá tenga la oportunidad de influir en él, y no quisiera ser un hipócrita si me necesita.
Dos meses después, celebrando la Navidad con su familia, le llegó una llamada, era el presidente Bill Clinton, que le dijo: «Acabo de leer el libro de los 7 hábitos dos veces, quiero integrarlo a mi presidencia». Tres días después Covey voló a Camp David (la residencia de descanso del presidente de los Estados Unidos) a reunirse con Clinton y su esposa Hillary. Covey siempre actuó de acuerdo con los principios de sus libros; «quizá por ello era tan convincente como profesor» afirman sus hijos.
Según Covey sus 7 hábitos son eso: hábitos (es decir costumbres, actos reflejos) que están presentes en personas eficaces. Para Covey se trata de principios universales, que hasta podrían considerarse leyes, como la ley de la gravedad. Para hablar de esos principios usaba una dinámica especial en sus conferencias, le pedía a la audiencia que cerrara los ojos y señalara con su mano derecha hacía dónde creían que estaba el norte, después les indicaba que abrieran los ojos, había manos señalando en distintas direcciones, Covey entonces sacaba una brújula y mostraba hacia dónde estaba el norte; no es cuestión de opiniones; ni de votación, es una verdad natural, para él, así son las verdades en que se basan los hábitos de la gente eficaz.
El libro se mantuvo varios años en la lista de los diez libros de negocios más leídos, y se intensificó la demanda por tener al profesor Covey como consultor. Entre sus discípulos se incluyen 75% de las 500 empresas más grandes del mundo (según la lista de Fortune) y un sinnúmero de escuelas y entidades de gobierno, más de 36 cabezas de Estado, incluyendo los presidentes y gabinetes de Colombia y Corea del Sur. Ya mencionamos a Bill Clinton, también George Bush (padre e hijo), Nelson Mandela, Oprah Winfrey, Álvaro Uribe y Margaret Thatcher, el obispo sudafricano Desmond Tutu, Mikhail Gorbachev y Vicente Fox. El psiquiatra vienés, Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido era su muy admirado amigo.

LOS 7 HÁBITOS
Presentamos una muy breve reseña de los célebres 7 hábitos que le dieron la fama mundial y un diagrama (esquema 1), de cómo se relacionan entre sí, su interdependencia, la relación secuencial y su sinergia.
Los primeros tres hábitos nos llevan, de ser dependientes a ser independientes, a tener «imperio» (mando) sobre nosotros mismos. Son: victoria privada (Independence or Self-Mastery), es decir, independencia o dominio maestro de uno mismo.

•          Hábito 1: (Be Proactive) Sea proactivo; la proactividad nos da libertad para escoger nuestra respuesta a los estímulos del medio ambiente, incluyendo adelantarnos a esos acontecimientos (precisamente en esta parte cita la obra de Viktor Frankl). Ser proactivo (tomar la iniciativa) es el factor más importante para ser eficaz, Covey resalta también la importancia de tomar responsabilidad de nuestras elecciones y de sus consecuencias, de las acciones que siguen a nuestras decisiones.

•          Hábito 2: (Begin with the End in Mind) Comience con un fin en mente. Covey indica que hay que auto-descubrir y clarificar nuestros valores y objetivos en la vida, elaborando una «visión» que contenga las características ideales para cada rol que desempeñamos (padre, esposo, hijo, empresario, amigo, voluntario, etcétera) y sugiere además poner nuestra misión personal por escrito.

•          Hábito 3: (Put First Things First) Primero lo primero. Hay que priorizar, planear y ejecutar nuestras tareas o quehaceres basados más en lo «importante» que en lo «urgente». También, sugiere Covey, que evaluemos si nuestras acciones están en concordancia con nuestros valores y nos llevan a los objetivos que definimos en el hábito 2. Clasifica las actividades que realizamos, de acuerdo a su importancia o no importancia y a su urgencia o falta de ella (ver esquema 2).

Los siguientes tres hábitos tienen que ver precisamente con lo que Covey define como interdependencia (trabajar con otros, ya no dependiendo de ellos, sino «sumando». victoria pública (Interdependence), es decir, interdependencia.

•          Hábito 4: (Think Win-Win) Piense en ganar/ganar (beneficio mutuo). Covey recomienda buscar genuinamente soluciones o arreglos que beneficien a ambas partes, afirma que siempre es mejor entender y buscar «ganar» para ambos, lo que, en el largo plazo, siempre será mejor solución que aquella donde sólo una de las partes se salió con la suya.
•          Hábito 5: (Seek First to Understand, Then to be Understood) Buscar comprender primero y después ser comprendido es la esencia del respeto a los demás. Se trata de ser «empático» (una de las características que menciona el doctor Carlos Llano en el capítulo «El liderazgo anamórfico, la otra versión del liderazgo», del libro El nuevo empresario en México,4 es «ponerse en los zapatos del otro» entenderlo muy bien, escucharlo con mente abierta, ser empático, eso siempre crea un ambiente de cuidado, respeto y solución positiva de problemas.

•          Hábito 6: (Synergize) Sinergizar es resultado de cultivar la habilidad y tener la actitud de valorar la diversidad de saber trabajar bien en equipo, es lograr una buena combinación (sinérgica) de las competencias individuales de los integrantes del equipo, volviéndolas competencias del equipo. Así se logran resultados que de manera individual no se lograrían. Se trata de alcanzar resultados (muy buenos resultados) alentando contribuciones significativas a través de un liderazgo inspirador y de apoyo.

El último hábito se refiere a la auto-renovación. Renovación, mantenerse «afilado».

•          Hábito 7: (Sharpen the saw) Afilar la sierra, renovarse. Es lo que nos permite establecer un balance entre todas las dimensiones de nuestro ser, a fin de ser efectivos en los diferentes papeles (roles) que desempeñamos en nuestras vidas (en los ámbitos: físico, familiar, profesional, espiritual, etcétera). Equilibrar y renovar nuestras capacidades, usando energía propia y apoyándonos en nuestra salud, para crear un estilo de vida sustentable a largo plazo y eficaz. Cuidando hacer ejercicio (para la renovación física) la oración (meditación, y hasta menciona el yoga) y las buenas lecturas para la renovación mental y finalmente el «servir» a la sociedad (como llaman los norteamericanos al hecho de involucrarse en una organización no lucrativa (por ejemplo, Cruz Roja, Scouts, AA, dispensario parroquial, etcétera) para renovarse espiritualmente y contribuir a la sociedad (dejando algo, una parte de un legado, mencionaba Covey).

OTRAS OBRAS DE COVEY
Nuestro autor escribió otros libros, quizá no tan enormemente exitosos, pero también muy interesantes, entre los principales están:

•          First Things First, Primero lo primero. ¿Se ha puesto a pensar sobre lo que realmente es importante en su vida? (las 3 o 4 cosas que más le importan), ahora bien, honestamente: ¿Le esta dando a estas cosas el tiempo y la importancia que se merecen? Covey afirma que, si es usted es un profesional «workahólico» muy probablemente la respuesta sea no, quizá trata, pero no lo logra. Para Covey el problema no es hacer más en menos tiempo, sino «determinar» lo que hay que hacer; este libro ayuda a identificarlo, y ya conociéndolo como darle la importancia que se merece.
•          Principle-Centered Leadership, Liderazgo centrado en principios. Casi todos tratamos de organizar nuestra vida (y administrar nuestro tiempo) basados en listas de prioridades, para Covey se trata de un error, si realmente queremos ser eficaces hay que organizar nuestra vida basados en principios es decir en normas y leyes (naturales) que tienen validez universal (recordemos el ejemplo de la brújula: ¿Hacia adonde está el norte?). Para nuestro autor el liderazgo es la capacidad de resolver problemas basados en estos principios. Covey invita a los lectores de este libro a centrar su vida y su liderazgo en principios que perduran en el tiempo.

•          The Seven Habits of Highly Effective Families, Los siete principios de las familias muy efectivas. En este libro Covey presenta los conceptos de su libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, como una guía para resolver los problemas (grandes y pequeños; mundanos y extraordinarios) que enfrentan las familias. Covey era un hombre que tenía un gran cariño a su familia y, coherente con su discurso, le dedicaba mucho tiempo. La obra presenta anécdotas acerca de situaciones ordinarias y también sugerencias muy útiles para ir modificando comportamientos «reflejos». Toca, entre otros temas, los siguientes: cómo llevar reuniones familiares, la importancia de cumplir lo comprometido, cómo equilibrar las necesidades individuales y las familiares y cómo pasar de la dependencia a la interdependencia.

•          (The 8th Habit). El 8º hábito. De la eficacia a la grandeza. Vivimos en un mundo lleno de cambios (nuevos métodos, nuevas tecnologías) y seguimos considerando a los trabajadores como un «factor» de producción, como un insumo más, (es decir una materia prima). Considerándolos así no se logrará sacar (y aprovechar) lo mejor del individuo. Ante ello, Covey propone en este libro que cada trabajador identifique sus principales competencias y aprenda a utilizarlas en su propio beneficio (y también en beneficio de la organización). El 8º hábito se refiere a escuchar esa «voz interna» propia (y hacer, también, que cada quien identifique la suya) para poder sacar provecho de lo que es propio de cada persona, de modo que pueda ser valorada por sus propias (y valiosas) capacidades.

INNOVADOR QUE PARTÍA DE LO ESENCIAL
En 1989, cuando apareció su libro de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, el resto de los autores de management estaban ocupados en cómo desarrollar mejores organizaciones, Covey se desmarcó y fue innovador al afirmar que el carácter personal, el tener propósitos firmes y la autodisciplina (el poder mandarse a sí mismo que comentara tantas veces Carlos Llano) era lo que realmente importaba; lo que hacía la diferencia.
Se trata de un mensaje, afirma la revista The Economist al reportar su fallecimiento, que es aún muy relevante (como recientemente los repugnantes hábitos de algunos banqueros «altamente ineficaces» dejaron claro). Finalmente Covey afirmó que los empleados no son meras piezas (o incluso «obstrucciones») en una maquinaria movida por premios y castigos, sino individuos, personas, y que son ellos quienes hacen la diferencia, como afirmó en su libro El 8º hábito.
Otra de sus más insistentes enseñanzas (que no sólo escribió, sino que vivió) era que las personas deben equilibrar su vida (incluyendo todos los ámbitos: Dios, familia, amigos y sociedad) con su trabajo, Covey siempre se dio tiempo de convivir gustosamente con su familia.
Hay personas que hacen la diferencia, Stephen Covey fue una de ellas, con palabras sencillas basadas en principios universales, fue capaz de mostrar cómo sí es posible para las personas aplicar la calidad a ellas mismas, a su carácter, y hacerse reingeniería a sí mismas, buscando una vida equilibrada, más plena, más eficaz, más lograda.

Notas
1          Editorial Paidós Ibérica, ISBN 978-8449304323. En inglés The Seven Habits of Highly Effective People, Free Press, Estados Unidos de América, (1990), ISBN 978-0671663988
2          Uno de los mejores libros de Peter Drucker se titula precisamente El ejecutivo eficaz, Editorial Elipse, España, ISBN 9788493664909. En inglés The Effective Executive, Harperbusiness, EUA, escrito en 1966, ISBN 978-0887306129
3          En El nuevo empresario en México, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p 265., ISBN 968-16-4507-3
4          Carlos Llano, op. cit, p 246,

10 frases de Stephen Covey Para reflexionar, aplicar y compartir
1. Tienes que decidir cuál es tu máxima prioridad y tener el coraje de decir «no» a otras cosas.
2. No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana.
3. Lo mismo que el cuerpo, la televisión es buen siervo pero mal amo.
4. La persona que no lee no es mejor que la persona analfabeta.
5. El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo y aprender de él.
6. El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo y aprender de él.
7, Si nuestros sentimientos controlan nuestras acciones, es porque hemos abdicado nuestra responsabilidad y les hemos otorgado el poder para hacerlo.
8. Tomar la iniciativa no significa ser insistente, molesto o agresivo. Significa reconocer nuestra responsabilidad de hacer que las cosas sucedan.
9. Si dos personas tienen la misma opinión, una de ellas es innecesaria.
10. Si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo.



Viejas y nuevas generaciones de Derechos Humanos


Viejas y nuevas generaciones de Derechos Humanos

Autor: ACEPRENSA 
Edición:
Sección: Coloquio
En diciembre se cumplirán 64 años de que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en París la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ahora nos preguntamos, ¿en qué medida ha influido en el mundo?, ¿ha mejorado la situación de las personas?, ¿se respetan más los Derechos Humanos?
Enrique Abad Martínez
Si nos fijamos en lo que falta por conseguir, hay motivos para la insatisfacción. Pero, al mirar atrás, se advierten tres aspectos que inclinan un tanto la balanza del lado positivo: en primer lugar, se habla de los Derechos Humanos, y todo el mundo –o casi todo– sabe que los tiene y más o menos en qué consisten.
En segundo lugar, son un baremo para juzgar la actuación de los gobiernos: actualmente, al margen de excepciones, puede considerarse el grado de respeto a los Derechos Humanos como un criterio de legitimidad del poder.
Y por último, y en un orden más jurídico, existen, ya sea en el ámbito de la ONU o en organizaciones internacionales, instancias, comités, comisiones o incluso auténticos tribunales, a los que se puede acudir en espera de una satisfacción si se considera que ha sido violado alguno de estos derechos.
Lamentablemente, estos tres aspectos positivos no están exentos de abundantes excepciones que en determinados casos prácticamente los anulan.

DE SÚBDITOS A PERSONAS
Conviene revisar la evolución del movimiento internacional de los Derechos Humanos desde aquel 1948, y qué papel ha tenido la ONU. En cuanto al concepto, definición y contenido, tres hitos marcaron el rumbo de la protección internacional de los Derechos Humanos en el siglo XX.
En primer lugar la adopción de la propia Declaración Universal en París en 1948, primera internacionalización de los Derechos Humanos. Antes, se les consideraba un asunto interno de los Estados. Después de la Segunda Guerra Mundial, al constatar los crímenes nazis, se empieza a considerar que por encima de la soberanía de los Estados debe prevalecer el respeto a la dignidad y los derechos de hombres y mujeres.
La gran novedad y el mérito de la Declaración de 1948 radica en reconocer «los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana» (Preámbulo), con independencia de su «origen nacional o social» (art. 2), de modo que su protección compete a toda la comunidad internacional. Ésta es la innovación fundamental del llamado Derecho Internacional contemporáneo respecto al clásico, que sólo consideraba relaciones entre Estados soberanos, pero nunca derechos de las personas en cuanto tales.

DERECHOS INDIVISIBLES
El segundo hito se sitúa en Teherán, en 1968, donde se celebró la primera Conferencia Internacional de Derechos Humanos que afirmó la indivisibilidad de todos esos derechos: «Puesto que los Derechos Humanos y las libertades fundamentales son indivisibles, la plena realización de los derechos civiles y políticos sin el disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales es imposible» (párr. 13).
La distinción se formalizó dos años antes, en plena guerra fría, al adoptar la ONU los Pactos Internacionales de Derechos Humanos: uno de derechos civiles y políticos, y otro de derechos económicos, sociales y culturales. Tras dieciséis años de negociaciones, no fue posible que los bloques se pusieran de acuerdo agrupando todos estos derechos en un sólo documento internacional.
En consecuencia, un Estado, en función de su orientación ideológica, podía comprometerse, por ejemplo, a respetar el derecho social de huelga pero no el derecho político de participación o la libertad de creencias, y viceversa. Así, mientras los Estados comunistas suscribían el pacto de derechos sociales pero no el de derechos civiles, algunos países occidentales hacían al revés. De ahí la insistencia de la Proclamación de Teherán en la indivisibilidad de los Derechos Humanos.

LOS MISMOS PARA TODOS
La tercera referencia es la Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena en junio de 1993. Tras arduos debates, se aprobó allí la denominada Declaración y Programa de Acción de Viena, donde la palabra clave fue universalidad, contra regionalismo o particularismo cultural. Los Derechos Humanos, afirma la Declaración de Viena, son los mismos –o deberían serlo– en todo el mundo y en todas las culturas, aun aceptando ciertas «particularidades nacionales y regionales», además de «diversos patrimonios históricos, culturales y religiosos» (párr. I.5).
Desarrollando lo que se estableció veinticinco años antes en Teherán, la Declaración de Viena insistió también en la interdependencia de los Derechos Humanos en un doble sentido: ab intra, es decir, los Derechos Humanos son indivisibles; y ad extra, o sea, el respeto efectivo de los Derechos Humanos salvaguarda la democracia, el desarrollo socio-económico y la paz, y viceversa: democracia, desarrollo y paz abonan el terreno para que se respeten los Derechos Humanos.
Después se han celebrado varias cumbres de defensores de los Derechos Humanos y el tema ha pasado a la agenda de múltiples reuniones regionales y mundiales. Es un asunto que evoluciona para bien en algunos aspectos, a la vez que surgen nuevas realidades que hay que tomar en cuenta.

SISTEMAS DE PROTECCIÓN
Respecto a los medios de protección efectiva de los Derechos Humanos, los avances en el plano internacional han sido notables, al menos sobre el papel. Partiendo de una declaración de principios como la de 1948, sin exigibilidad jurídica, hemos pasado, por la misma práctica del Derecho Internacional contemporáneo, a considerar estos principios como normas obligatorias por su misma naturaleza y sin necesidad de aceptación previa por parte de los Estados.
Hoy, ningún Estado justifica ante la comunidad internacional las violaciones que pueda cometer contra los Derechos Humanos escudándose en que no firmó la Declaración Universal, o en que, habiéndolo hecho, ésta no le obliga por su naturaleza de mera declaración de principios.
Un salto cualitativo se produjo en 1966 al adoptar los Pactos Internacionales de Derechos Humanos, que, a diferencia de las declaraciones, tienen fuerza jurídica. Al ratificarlos, los Estados se obligan a respetar los derechos en ellos contenidos, con lo que presumiblemente aumentan las garantías para las personas titulares de esos derechos.
Los Pactos establecen, además de la lista de Derechos Humanos, instituciones y mecanismos –como el Comité de Derechos Humanos– que, sin ser estrictamente judiciales, pueden ejercer un control independiente y cierta presión política sobre las actividades de los Estados. A estas instituciones las personas individuales están legitimadas para acudir en contra de un Estado soberano.

INFLACIÓN DE DERECHOS
La evolución en cuanto al contenido y protección de los Derechos Humanos –que los especialistas llaman su progresividad– presenta, sin embargo, un aspecto discutido. Así se ve al examinar las nuevas generaciones de Derechos Humanos.
Si los derechos civiles y políticos corresponden a la primera generación y los económicos, sociales y culturales a la segunda, hace unos años se habla de una tercera generación de derechos, que comprende, entre otros muchos, el derecho al desarrollo, a la paz, a gozar de un medio ambiente sano, a la propiedad sobre el patrimonio cultural de la humanidad, a la protección de los datos personales almacenados en sistemas informáticos o los derechos de las generaciones futuras.
También se denomina a este grupo de derechos como de solidaridad –en contraposición a los de libertad (primera generación) y a los de igualdad (segunda generación)–, porque responden a las nuevas necesidades e intereses que surgen de la sociedad internacional y su ejercicio requiere la conjunción de todos los actores de la vida social: individuos, Estados, entidades públicas y privadas, comunidad internacional…
Los problemas surgen al intentar concretar quién es el titular, quién el obligado, cuál el objeto y cuál el fundamento en estos derechos. Para resolver estas ambigüedades se presenta la noción de interés difuso que, aunque no pueda circunscribirse a un determinado individuo o grupo, afecta a todos por igual y de una forma difícil de concretar –el medio ambiente, la paz, el desarrollo, etcétera–, sin disminuir por ello su exigibilidad como derecho.
Un sector de estudiosos no comparte esta postura, como el profesor argentino Carlos Massini (Universidad de Mendoza), quien acusa a estas tendencias de «inflacionarias» de los Derechos Humanos, y quiere prevenir contra el peligro de diluir demasiado la condición de expresión y garantía de la dignidad humana, que tienen los Derechos Humanos, y de hacer al mismo tiempo menos eficaz su protección.

¿HACEN FALTA MÁS DECLARACIONES?
Se propone aún una cuarta generación de Derechos Humanos para introducir pretensiones –más que derechos– de ciertos sectores o grupos sociales: «derechos reproductivos» –entre ellos el derecho al aborto libre y subsidiado por el Estado–, derechos de los homosexuales, etcétera y derechos de seres no humanos –animales, plantas…–, aunque en su misma denominación contradicen la definición de Derechos Humanos.
El consenso en contra de los derechos de cuarta generación es casi unánime entre los estudiosos. Sin embargo, existen movimientos a favor de que se los reconozca, como se vio en las conferencias de la ONU sobre la población (El Cairo, 1994) y sobre la mujer (Pekín, 1995), con respecto a los llamados «derechos reproductivos». Otra muestra es la tendencia a reclamar Derechos Humanos específicos para las minorías –desde los grupos étnicos o los niños, a las mujeres o los homosexuales–, aunque no casa bien con la universalidad proclamada en Viena.
El que haya ciertas condiciones imprescindibles para el desarrollo del ser humano, necesitadas de protección –como el medio ambiente o la paz–, no significa que deban incluirse en la lista de Derechos Humanos. Varios derechos de tercera o cuarta generación pueden deducirse de los contenidos en la Declaración Universal o de los Pactos Internacionales de la ONU, sin necesidad de crear nuevas declaraciones o convenciones internacionales.
Así ocurre, por ejemplo, con el derecho a la salud o la prohibición de la discriminación. Además, para proteger esos valores o necesidades humanas pueden existir otros medios más realistas y de más directa aplicación en la vida cotidiana. En fin, el peligro es que se desencadene un proceso inflacionario que acabe diluyendo los Derechos Humanos en un coctel confuso, y haga más difícil protegerlos. aceprensa

Cultura y Derechos Humanos


Cultura y Derechos Humanos

Autor: Adán Aguilar Esquivel 
Edición:
Sección: Coloquio
Los derechos no se refieren a «hombres sin rostro», sino a personas concretas, insertas en una cultura. Los derechos culturales, esenciales para la dignidad humana, deben interpretarse según los principios de universalidad, indivisibilidad e interdependencia.
Los tiempos actuales son un campo fértil para repensar los Derechos Humanos. Desde la llamada «primavera árabe» y otras plataformas civiles –los indignados, #Occupy Wallstreet, #YoSoy132– hasta las leyes que pretenden regular los contenidos en internet –ACTA, SOPA–, derechos como la libertad de expresión, la representación política, la seguridad e integridad física, han sido protagonistas en la reflexión sobre las garantías centrales de las personas.
Los Derechos Humanos representan la necesidad que tenemos todos de reconocer condiciones básicas de respeto en la convivencia. Necesidad tan elemental que toda ofensa a nuestros derechos nos parece evidente. Si mi vecino se estaciona frente a la salida de mi casa, si un grupo de personas limitan mi movilidad en la calle, si se me niega un servicio público a causa de mi manera de vestir o de hablar, si una autoridad me extorsiona… en cualquier situación en la que se afectan mis garantías subsiste un impulso para pedir respeto.
Sin embargo, aunque percibimos con claridad una afrenta de este tipo, es importante hacer notar que, como sujetos de derechos, no conocemos las condiciones que se requieren para que nuestros derechos posean una identidad clara. En otras palabras, es difícil conocer qué derecho es más importante que otro, cuáles son aquellos derechos que deben reconocerse sin importar condiciones cambiantes, qué significa que la ley reconozca sólo ciertos derechos y dé por supuestos otros tantos.

PARA RECUPERAR DERECHOS FUNDAMENTALES: CULTURA
Aquello que permite conocer la identidad de nuestros derechos, su origen e importancia, está en el reconocimiento de la cultura: ella habla del ser humano desde todas sus perspectivas, y desde ahí podemos comenzar a buscar la unidad y radicalidad que hace falta en las reflexiones acerca de los Derechos Humanos.
Si pensamos en la situación de un migrante, un analfabeta o un indígena, reconoceremos que existe un denominador común: hace falta –o no se conoce– un marco cultural que pueda dotar de orden y significado el ejercicio de los derechos de las personas.
Cuando se carece de nación, como un «ilegal» latinoamericano en Estados Unidos o un migrante árabe en tierras europeas, es imposible reclamar derechos al amparo de un sistema legal. Cuando no se tiene acceso a la información, como cualquier persona incapaz de leer o de disponer de información fiable, es muy difícil conocer qué puede exigir como derecho.
Cuando la comunidad no es reconocida por una colectividad mayor y una ola globalizadora amenaza su identidad –pensemos en cualquier etnia indígena de nuestro país– es complicado prevalecer como miembro de una cultura concreta y pugnar por el respeto de la misma.
Por problemático que resulte, es una realidad que el mundo está configurado como un espacio multicultural, con una gran «población flotante» que no pertenece a algún país, con millones de personas con educación deficiente. Y si consideramos extremista hablar de estos tres grupos, pensemos en la discriminación por razón de sexo, presente en cualquier ambiente laboral, en la delgada línea que separa a un estado sanamente laico de un gobierno «laicista» que es intolerante a cualquier manifestación religiosa, en el clasismo que impide el disfrute de servicios a causa del nivel socioeconómico o las preferencias de cualquier tipo.
Todos son problemas que vivimos día a día y atañen directamente al respeto de los Derechos Humanos –entendiendo el apellido «humanos» como referencia a su universalidad, es decir, derechos de todas las personas.
Por todo ello hoy, frente a movimientos que cruzan fronteras y situaciones que ponen en la mira de la sospecha nuestras nociones de ciudadanía, libertad o vida humana, los derechos culturales pueden ofrecer una vía de reformulación y recuperación de los derechos fundamentales.

NO PODEMOS HABLAR A UN HOMBRE SIN ROSTRO
Globalización y multiculturalidad, identidad político-social y personal, todos son grandes retos que las teorías actuales de Derechos Humanos deben resolver. La cultura de las comunidades y las naciones representa una base desde la cual se puede dotar de unidad y sentido a la defensa de las garantías fundamentales.
Esto es así porque en la cultura el ser humano comprende su papel dentro de la sociedad: lo que significa ser mexicano o sudafricano, queretano o tamaulipeco, ciudadano, mujer u hombre, profesionista, judío o ateo, aficionado a algún equipo deportivo, vecino, padre, hijo, etcétera. Si desligamos la identidad cultural del ejercicio de derechos, tendríamos que pensar en un «hombre sin rostro», una humanidad que, por el ánimo de la universalidad de los derechos, y careciendo de identidad concreta, acabe por ser definida a partir de las necesidades políticas y sociales de momentos históricos.

TRES GENERACIONES DE DERECHOS
Cuando se reduce la cultura a un elemento secundario en la definición de derechos, los criterios para su categorización son variados. De acuerdo con la tradicional clasificación de los Derechos Humanos, existen tres generaciones de acuerdo con su origen y progresiva cobertura de las garantías de las personas:1

•  La primera generación se corresponde con los derechos civiles y políticos, que se concretan en la Revolución Francesa. Lo que pensadores como Fray Francisco de Vitoria, Fray Bartolomé de las Casas o Immanuel Kant consideraban como aquellas condiciones que el Estado o el gobierno debía respetar con relación al trato de los individuos. Las llamadas «libertades fundamentales» y derechos de representación e identidad política se encuentran en esta generación.

• La segunda generación agrupa a los derechos económicos, sociales y culturales, emanados de la Revolución Industrial y reconocidos por primera vez en un sistema jurídico en la Constitución Mexicana de 1917. Los derechos a un salario justo, a jornadas laborales bien remuneradas, a la libertad de asociación y a la libertad de tomar parte en la vida cultural, forman parte de esta segunda etapa y dependen de una participación activa del Estado. Mientras que en los de primera generación el gobierno se limita a respetar el ejercicio de los derechos, en los de segunda generación la actuación del gobierno es necesaria para permitir el disfrute de los derechos, que dependen de que existan condiciones económicas y políticas suficientes para llevar a cabo estas tareas.

•   La tercera generación, nacida por la realidad global de nuestro tiempo, se caracteriza por agrupar derechos referentes a las comunidades que integran un país o a los derechos de solidaridad que involucran a todas las naciones. Se refieren a garantías que pretenden tres tipos de bienes: la paz, el desarrollo y el cuidado del medio ambiente, aunque se podrían añadir muchos más a propósito de las necesidades de grupos de cualquier tipo, lo que genera desorden y confusión al hablar de tantos intereses que exigen derechos concretos. Los derechos nacidos de la multiculturalidad se integran en esta generación.

Esta clasificación, aunque ampliamente usada, presenta un problema importante. Es necesario decir que los Derechos Humanos, por ser tales, deberían pertenecer todos a la primera generación, en tanto que éstos subsisten por sí mismos y no necesitan de la agencia del gobierno.
La forma en la que estos derechos fundamentales se implementan en la sociedad depende específicamente de la cultura de cada comunidad: no es lo mismo defender la libertad de expresión de un periodista que la de un militar en guerra. Pero esta implementación concreta no niega su carácter universal y esencial, dado que todo ser humano nace y se desarrolla en una cultura concreta y a partir de ella se construyen las estructuras necesarias para la protección de derechos. La universalidad está en el contenido de los derechos, no en su concreción dentro de la sociedad.

LA BASE COMÚN CULTURAL LOS DOTA DE SIGNIFICADO
Cuando se jerarquizan los derechos, aquellos en rangos menores necesitarán una justificación para ser defendidos y ejercidos, como sucede con las dos generaciones restantes. Los derechos de segunda generación dependen de la acción del gobierno, de políticas diseñadas para «implementar» garantías, cuyo éxito se da si tal orden político posee los recursos necesarios, y de esta manera los derechos se reducen a metas de eficacia.
Los derechos de tercera generación se someten comúnmente a reconocer a grupos y minorías, aunque dichas comunidades representen un interés tan humano –y por tanto, universal– como el respeto al medio ambiente, a las costumbres y tradiciones, a la lengua, es decir, a realidades culturales.
Si los derechos se limitan por las condiciones económicas o políticas, se corre el grave riesgo de dañar la dignidad de las personas. Pensemos, por ejemplo, en el caso de los 33 mineros chilenos rescatados en octubre de 2010 después de 69 días de encierro bajo tierra: si el proceso de rescate de los trabajadores hubiera sido sujeto al escrutinio de la burocracia o de los recursos económicos, difícilmente se les podría haber rescatado con vida. Culturalmente, el pueblo chileno mostró que tiene en alta estima el principio de la solidaridad y el de la defensa de la vida, esto permitió el rescate de los mineros superando obstáculos de orden económico o logístico.
El problema no es el hecho de defender un derecho sobre otro, sino de jerarquizarlos e ignorar una base común cultural desde la cual dotarles de significado. Si hablamos de Derechos Humanos, es preciso decir que todos los son: desde la libertad de expresión hasta el reconocimiento de la identidad de un pueblo, desde el derecho a un servicio de salud integral hasta el cuidado de los recursos naturales.
Clasificar implica jerarquizar, y toda jerarquía lleva a un tratamiento parcial de los derechos fundamentales, a justificar la importancia de los derechos –cuando entran en conflicto unos con otros– desde la defensa que se haga a favor de unos o el ataque en contra de otros.
La abolición de la esclavitud fue compleja entre otras cosas a causa de un conflicto de derechos, donde la libertad fundamental de individuos concretos se oponía al desarrollo económico de particulares, empresas y gobiernos.
En la actualidad, todo lo que parezca esclavitud –trata de personas, explotación laboral– está claramente penado, y este avance lo tenemos gracias a que ya no cuestionamos la libertad de las personas ni consideramos que sea defendible el hecho de vender y usar a alguien como una propiedad o herramienta. Esto forma parte de nuestra cultura.

DERECHOS CULTURALES: IDENTIDAD Y TRANSVERSALIDAD
En la declaración de Friburgo, del 7 de mayo de 2007, se hicieron explícitos los derechos que ya se mencionaban en numerosos instrumentos internacionales. Aquí se establece que estos derechos «son esenciales para la dignidad humana; por ello forman parte integrante de los Derechos Humanos y deben interpretarse según los principios de universalidad, indivisibilidad e interdependencia».2
Estos principios deben observarse en los derechos específicos promovidos para garantizar que las personas y las comunidades tengan acceso a la cultura y puedan participar en aquella que sea de su elección. Así pues, los derechos culturales son fundamentalmente Derechos Humanos para asegurar el disfrute de la cultura y de sus componentes en condiciones de igualdad, dignidad humana y no discriminación.
La declaración los agrupa en derechos referentes al patrimonio cultural, acceso a la cultura y a la información, acceso a la educación, respeto de la identidad cultural o lingüística y cooperación para las políticas culturales entre las comunidades y las naciones.
En principio, las acciones que se llevan a cabo para promover los derechos clasificados entre la segunda y tercera generación, pueden ser muy concretas. En nuestro país, los libros de texto de educación primaria ya han sido traducidos al náhuatl, maya y otras lenguas indígenas para que los alumnos puedan ser educados en su cultura y no se vean dañados en su proceso educativo por hablar un idioma distinto del oficial.
Por otra parte, las universidades estatales llevan a cabo diversos programas académicos a partir de los cuales los estudiantes recuperan el conocimiento de sus raíces y lo profesionalizan de manera académica. Numerosos proyectos musicales se llevan a cabo con niños mixe de la sierra oaxaqueña. Los estudiantes de Yucatán realizan sus actividades de servicio social con comunidades mayas. La Universidad Autónoma de la Ciudad de México ofrece licenciaturas a miembros de comunidades de campesinos o comerciantes para que los jóvenes puedan comprender y dar a conocer su identidad cultural.
A pesar de estos interesantes programas, las comunidades indígenas, campesinas y gremiales tienen mucho todavía por desarrollar en el ámbito de los derechos culturales. El constante dilema entre el respeto a los «usos y costumbres» y el ánimo de inclusión en el mismo marco educativo y legal parece irresoluble.
A esto hay que añadir las limitantes políticas y económicas que resultan de considerar estos derechos como secundarios, como condicionados a la satisfacción de otros anteriores. Aquí salta a la vista el problema mencionado de jerarquizar los Derechos Humanos. Se considera que es más importante el conocimiento y respeto a la ley que la alfabetización. ¿Y si una persona no sabe leer, cómo puede conocer la ley?

NO HAY DERECHOS MÁS IMPORTANTES QUE OTROS
Lo mismo ocurre si se ponen los derechos culturales por encima de todos los demás: no podemos promover el acceso libre a los conciertos de la orquesta estatal por encima de la necesidad de que las familias posean una vivienda digna o de las campañas en contra de la discriminación por razón de sexo.
Los derechos culturales deben ser entendidos como fundamentales, no por un orden jerárquico superior, sino por tener una función de identidad y transversalidad. Cuando una persona comprende su cultura, conoce aquello que debe cambiar y aquellos valores que son esenciales. Esto se consigue con una educación integral –prevista como derecho cultural– y también con el acceso al disfrute de las artes, el conocimiento de la historia, la participación en la vida política, etcétera.
¿Son estos derechos culturales, son más importantes que otros? No, sino que permiten trabajar de manera transversal, horizontal, dentro de los tipos de derechos existentes: libertades sociales, derechos civiles, derechos de comunidades particulares, derechos económicos, etcétera.
Pensemos en el caso de la sociedad sueca: la figura del «Ombudsman», de un defensor de los derechos de los gobernados frente a la autoridad, posee una injerencia activa en las decisiones del país, gracias a que los ciudadanos le otorgan capacidades para denunciar faltas a los derechos. Esto implica un marco cultural en el que el ciudadano es suficientemente capaz para tomar decisiones en comunidad, y es altamente consciente de que debe hacerlo.

RESPONSABILIDAD Y COMUNIDAD PARA EL EJERCICIO DE DERECHOS
¿Cómo hacer que la reflexión cultural articule los Derechos Humanos? Éste es el gran reto al que los tiempos actuales nos invitan. Y la solución sólo puede venir de la propia comunidad, de las personas en relación. Si esperamos a que el orden político –estatal, nacional, internacional– lo resuelva, corremos el riesgo de que nos sea impuesta, como ya se dijo, una jerarquización de los derechos y su consecuente reduccionismo.
Quienes conocen de primera mano la cultura de las personas son las personas mismas, las comunidades concretas que a su vez conforman el entramado de relaciones que es la sociedad. Escuelas, colonias, clubes o asociaciones civiles, todas son comunidades que construyen e interpretan la cultura de las personas que las integran.
La educación, derecho universal, se concreta en planes de estudio específicos según los intereses culturales de un colegio o una universidad. Así, hay escuelas donde se imparten clases de cocina, religión, finanzas personales, o cualquier otra disciplina que responda a las necesidades culturales de la comunidad que está siendo educada, aunque los planes de estudio estatales no las incluyan. Ésta es una forma natural de comprender el papel de la cultura en la vivencia de los derechos fundamentales.
Todos tenemos la posibilidad de conocer nuestra cultura y traducir los Derechos Humanos a partir de ella. Todos formamos parte de una familia en los que se promueven valores específicos. Todos somos parte de una ciudad en la que reconocemos costumbres que deben ser cambiadas.
Así, siguiendo las nociones de identidad y transversalidad, podemos asociarnos para reconocer qué somos, qué buscamos en la defensa de nuestros derechos, y cómo éstas necesidades pueden comunicarse a los diferentes órdenes de gobierno. La verdadera política no es otra que la responsabilidad personal de cada ciudadano. La cultura es un espacio de autoconocimiento que sustenta esta responsabilidad social.
Daniel Baremboim, pianista y director orquestal, encabeza un proyecto musical en el que reúne a músicos israelíes y palestinos en una misma orquesta. La Wester-Eastern Divan Orquestra se presenta alrededor del mundo para mostrar cómo los intereses culturales de dos comunidades en conflicto pueden convivir y promover la paz. Los músicos de esta orquesta se reúnen porque conocen que, a pesar de las diferencias políticas que los separan, hay una realidad más fuerte que los une, un derecho humano que se concreta en una manifestación artística. La cultura ofrece elementos que pueden, como en este caso, superar conflictos para hablar de las exigencias más universales, como repudiar la guerra y relacionarse en armonía.
Los derechos culturales y la reflexión cultural de las garantías deben ser recuperados en estos tiempos de sobrada información, difícil formación, desdibujada identidad y multiplicidad de criterios de humanidad. La cultura crea los elementos semiológicos para la praxis de todos los Derechos Humanos.
De esta manera, si se garantiza una formación cultural integral, reflexiva y comprometida, los derechos fundamentales de las personas podrán ser ejercidos y protegidos desde el dinamismo propio del ser humano, cara a su dignidad e identidad. Los derechos no pueden hablar de un «hombre sin rostro», sino de personas concretas, insertas en la cultura.

Fuente: 


Notas
1          Aguilar Cuevas, Magdalena, «Las tres generaciones de los derechos humanos» en Derechos Humanos, órgano informativo de la comisión de Derechos Humanos del Estado de México, Núm- 30. Marzo-Abril , 1998. Págs. 93-99.
2          Declaración de Friburgo sobre Derechos Culturales, Artículo 1. Versión digital disponible en http://www.culturalrights.net/descargas/drets_culturals239.pdf

El buen gobierno corporativo


El  buen gobierno corporativo

Uno de los principales pilares de la RSC es el buen gobierno corporativo, junto  con la acción social, la inversión socialmente responsable y el modelo de gestión. No obstante, el buen gobierno corporativo es el pilar fundamental del que se derivan todos los demás. Así, el gobierno de las empresas hace referencia al modo en que se dirige y cómo se establecen los mecanismos internos y externos de control. Ésta no es tarea fácil, menos aún en el caso cooperativo donde con frecuencia coexisten intereses diversos y a veces encontrados, lo cual se debe a las diferentes funciones que pueden desempeñar los socios y sus relaciones e intereses en la empresa
De esta forma, los socios pueden ser, además de propietarios (aportan capital), usuarios que venden (proveedores) y compran productos y/o servicios (clientes), trabajadores, directivos (ejercen control y dirigen el negocio) y beneficiarios que reciben las ganancias (Arcas Lario, 2011).
En general, la problemática asociada al gobierno corporativo en el entramado empresarial ha desembocado en la aparición de varios códigos de buen gobierno que tienen como principal objetivo defender los intereses de los inversores, especialmente de los inversores minoristas y de todos los grupos de interés . Como pionero en esta materia en Europa se considera el Informe Cadbury, que incorporaba mecanismos de control corporativos más eficientes y más eficaces. No obstante, los contenidos de los códigos de buen gobierno corporativo son muy dispares, al igual que los principios de RCS, como ha quedado reflejado en epígrafes anteriores. Sin embargo, del mismo modo que en el caso de la RSC, existen una serie de puntos en común que se centran fundamentalmente, en la implantación de medidas institucionales que tengan como objetivo la transparencia y la democracia empresariales, y en consecuencia, la reducción al mínimo de los costes de agencia en los que incurriría una organización con malas prácticas de gobierno
corporativo (Figura 8). En definitiva, el objetivo de dichos códigos, a través de sus recomendaciones, es mejorar el gobierno y el control de las empresas, permitiendo que los consejos de administración sean auténticos fiscalizadores de la gestión de los directivos de las mismas, considerando que la gestión  eficiente del riesgo, la responsabilidad, la transparencia y la fiabilidad informativa evitan el abuso de poder.
En este punto es necesario aclarar que los costes de agencia se producen cuando existen discordancias entre los objetivos de la dirección de la empresa y los objetivos de la propiedad de la empresa (socios y accionistas), siendo  fundamental en el gobierno corporativo minimizarlos. Ya que, la eliminación completa de dichos costes es imposible por la esencia y la fiabilidad de la naturaleza humana.
Por tanto, se puede decir que no existe un modelo único de gobierno corporativo, pero sí son comunes en los códigos las demandas de transparencia, rendición de cuentas, responsabilidad y ciudadanía corporativa, y democracia empresarial. Entre las recomendaciones más recurrentes en los códigos de buen gobierno corporativo nos encontramos las siguientes:
•             La elección de los consejeros independientes en el consejo de administración, que por contraposición a los consejeros dominicales, no velan por los intereses de un grupo determinado de accionistas, sino por los del conjunto de la compañía y, aplicando la base ampliada de la empresa, de la sociedad. Se les pide que en el ejercicio de su responsabilidad apliquen el sentido
común y no los intereses particulares de algunos miembros o accionistas de la organización. Por esto se recurre a profesionales de reconocido prestigio, conocedores del sector, y que, asimismo, han demostrado públicamente su probidad y honorabilidad.
•             El contrapeso institucional al primer directivo de la empresa a través de un consejo más deliberativo y con un mayor peso en el conjunto de la organización. En este sentido, se pretende destacar que la estrategia de la entidad debe ser definida por el consejo, en tanto que su ejecución corresponde a la dirección.
•             Transparencia y claridad en la toma de decisiones.
•             Rendición de cuentas y elaboración de una información fiable en el ámbito de los tres desempeños empresariales mencionados más arriba.
•             Tamaño y retribuciones del consejo.
•             Comités de nombramientos, contratos y retribuciones de los ejecutivos.
Respecto a la implantación de estos códigos a la empresa cooperativa, a pesar del camino andado por sus propios principios fundacionales, queda mucho por hacer. En este sentido, un informe de la Comisión de ACI-Europa, sobre Gobierno corporativo y sistemas de control de los directivos en las cooperativas europeas, reveló importantes deficiencias en el funcionamiento del modelo de gobierno de este tipo de empresas.
Entre estas deficiencias figuran (Arcas Lario, 2011):
•             Reducción en el nivel de participación de los socios en las asambleas de las cooperativas.
•             Nombramiento de directivos asalariados incompetentes, con gran interés en planes de expansión de la cooperativa y en sus oportunidades de progreso personal, en detrimento del interés de por los socios.
 Implicaciones del buen gobierno corporativo
• Información completa en triple desempeño: económico financiero, social y ambiental
• Democracia empresarial
• Diálogo con los grupos de interés ( stakeholders )
• Transparencia
• Fiabilidad informativa
• Integración de la empresa  en el entorno